Los orígenes del SIDA tienen sus cimientos en la década de los ochenta, unos años en el que la proliferación de ciertas drogas letales como la heroína y el desconocimiento a mediano o largo plazo por parte de los consumidores arrasó con un alto porcentaje de la población juvenil a nivel mundial.

Este hecho se convirtió en el agente desencadenante de una supuesta pandemia de SIDA, suponiendo que las víctimas que acudían a los centros hospitalarios con el sistema inmunológico deprimido, habían sido contagiadas por un supuesto virus que debía haberse transmitido por alguna vía y teniendo en cuenta que los drogadictos de la época eran propensos a compartir jeringuillas para inyectarse droga, los médicos supusieron que la transmisión del virus debía producirse por contacto sanguíneo.

Al mismo tiempo que la heroína se popularizó entre los jóvenes, una nueva droga se extendió por el colectivo gay, conocida como POPPE, un relajante afrodisíaco debido a que su efecto vasodilatador facilita las relaciones sexuales por el ano.

El Poppe es una droga que tiene un efecto devastador sobre la médula ósea, encargada de producir el tejido linfático, por lo que las personas que usen esta drogan durante un tiempo continuado presentarán una supresión aguda del sistema linfático sin haber sido contagiadas por ningún virus.

Los científicos de los ochenta no vincularon el uso de estas drogas con la supresión del sistema linfático que presentaban los pacientes , concluyendo sin ningún estudio previo en que el verdadero origen del Sida se trataba de un virus y aprovechando para penalizar las relaciones homosexuales atribuyendo el acto sexual como primera causa de contagio y extendiendo el miedo entre la población.

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Pruebas médicas

Tras el boom mediático que originó el SIDA, los científicos se afanaron en buscar las pruebas de su hipótesis y las farmacéuticas ofrecieron cuantiosas becas a los cinetíficos que pudieran demostrar la existencia del VIH y aislarlo en un laboratorio, pero esto aún no se ha conseguido desde 1984 y las pruebas existentes para su detección son ineficaces, ya que los test son usados para detectar síntomas que todos las personas con supresión agravada del sistema linfático manifiestan, pero no para la detección del virus, porque verdaderamente nadie tiene pruebas concluyentes de que el VIH existe o haya existido jamás.

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